dimecres, 31 de gener del 2007

Mala memoria selectiva en Terrassa

La lectura de diversas obras de Eliseo Reclus, durante mi infancia, me predispuso a favor del sentimiento libertario y unos años más tarde, en la adolescencia, unas escasas referencias en revistas y algún testimonio oral llegado a mis oídos a través de algunos compañeros de escuela me hicieron descubrir con admiración la existencia del anarcosindicalismo y de sus abnegados militantes. Con estos antecedentes, a los que se sumó el fulgor de los diversos sesentayochos, no es de extrañar que, como tantos jóvenes de mi generación, me pusiera en contacto con las gentes de la CNT en Terrassa en cuanto averigué cómo localizarlos.

Josep Prat i Closa, primero por la izquierda, en el Penal de Burgos, el año 1958, junto a otros presos libertarios y algunos de sus familiares. (El primero por la derecha es Juan Gómez Casas, que sería el primer secretario general de la CNT tras la dictadura.)

Sin olvidar ni a Josep Prat ni a Santi Abad —ambos encarcelados en 1957 junto a otros compañeros y compañeras de Terrassa—, quien más me impresionó entre los veteranos fue Josep Padilla. Nació en Terrassa en el año 1909, en el seno de una familia muy pobre y analfabeta. Fue un hombre que siempre vivió con una gran sencillez, siguiendo los cánones del naturismo, y que se preocupó por alcanzar una buena formación cultural, destacando sobre todo en el juego del ajedrez.

Padilla, según me refirieron otros militantes veteranos, había sido un gran organizador durante los años de la monarquía y de la república y un verdadero puntal durante los años de la dictadura franquista, tanto para la organización en el exilio como en el interior. Al iniciarse la guerra desempeñaba a la vez los cargos de secretario de la Federación Local y de la Federación Comarcal. Unos meses después marchó al frente, y se incorporó a la Columna Durruti.

Josep Padilla i Boloix, hacia finales de la década de los sesenta, jugando una partida en el Club d'Escacs Terrassa. La mesa tablero en la que juega es una de las que actualmente se encuentran en el café bar de Amics de les Arts i Joventuts Musicals.

En el exilio participó en la resistencia contra el nazismo, y en 1946 volvió clandestinamente a España para participar en la todavía intensa actividad sindical cenetista. Fue detenido en 1947 en Barcelona y condenado a veinte años de prisión, aunque consiguió la libertad en 1952. En 1957 fue encarcelado de nuevo, junto a los mencionados Prat, Abad y otros.

En 1976 fue elegido secretario del Comité Regional de la CNT de Catalunya, pero dimitió al ver su gestión imposibilitada por las luchas entre las diferentes facciones que intentaban controlar la organización. Militó en la Federación Local de Terrassa hasta su muerte, en 1980.

En la casa de Padilla, simpatizante de la línea «federiquista», conocí a Josep Roig, residente en Francia y militante en la tendencia Frente Libertario. Los dos mantenían una relación fraternal, pese a sus diferencias ideológicas.

Roig —con quien mantuve una gran amistad— era aún más reservado para sus cosas que Padilla, pero gracias a un testimonio ajeno me enteré que había sido uno de los militantes más arrojados de las Juventudes Libertarias de Terrassa y que durante la guerra se había destacado en los momentos más difíciles de la 26 División (anteriormente Columna Durruti). También descubrí que durante tres décadas había vivido bajo una identidad falsa, Antonio Millera, y que, gracias a ella, había realizado arriesgados viajes al interior. Una enorme cicatriz que le cruzaba el pecho era el recuerdo del tremendo bayonetazo que le propinó un soldado en una escaramuza entre una patrulla del ejército alemán y un grupo de combatientes antifascistas.

Gracias a Padilla también conocí a los tarrasenses Francesc Sabat y a Josep Marimon. Sabat, residente en Venezuela, fue uno de los impulsores de la Comisión de Relaciones y Solidaridad de Terrassa CNT, una entidad que desde 1945 mantuvo el contacto entre los afiliados de Terrassa dispersos por medio mundo; que daba apoyo económico a aquellos que lo necesitaban; y que jamás expulso o marginó a nadie por cuestiones ideológicas. Sabat fue el autor del libro Los anarcosindicalistas tarrasenses en el exilio (1979).

Marimon, que fue militante del POUM y también un activo afiliado cenetista, publicó en Francia el libro Les classes socials a Catalunya en el decurs de l’era industrial (1971), un estudio riguroso y accesible en el que analizaba el comportamiento de las clases sociales en Cataluña desde mediados del siglo XVIII hasta 1939. También participó, entre 1959 y 1968, en algunos de los numerosos certámenes de narrativa y ensayo en lengua catalana celebrados en el exilio, y fue galardonado en numerosas ocasiones.


Josep Marimon i Cairol, obrero e intelectual, hacia 1936, poco antes de convertirse en presidente de Amics de les Arts.

Sabat me puso en contacto con Joan Campà, que había ejercido como maestro racionalista en Terrassa, donde sus exalumnos le recuerdan aún con veneración. Campà, seguidor de las directrices pedagógicas impulsadas por Joan Puig Elias y Emilia Roca Cufí, estaba considerado como una autoridad pedagógica en Venezuela, país donde dirigía la prestigiosa revista Andiep y era consultado sistemáticamente por el Ministerio de Educación.

Padilla y Sabat también me refirieron algunos hechos relacionados con compañeros que ya eran mayores cuando ellos era jóvenes, como Martín Bruno, Valentí Noguera y Julián Abad el Viejo o el Poca Roba, militantes hasta el último minuto de sus vidas. Marimon me habló de otros revolucionarios aún más antiguos, casi legendarios, gentes del siglo XIX, así como de su empeño infructuoso por encontrar la confirmación del paso de Bakunin por Terrassa.

Gracias a Roig conocí a Antoni Marín, residente en Francia, y a través de este entré en contacto con su padre, Federico. Nacido en 1902 en Enguera, al iniciarse la revolución, coordinó los diferentes comités de las empresas textiles colectivizadas de Terrassa, estudió su capacidad productiva y sus necesidades de materia prima y se desplazó hasta Extremadura para garantizar el suministro de la lana y el aceite industrial precisos. Posteriormente presentó un proyecto de fusión de todas las empresas en una sola, la Industria Fabril Textil y Anexas Socializadas, que fue aprobado en una asamblea de comités.

Marín, como primer teniente de alcalde y responsable de obras públicas, consiguió para la ciudad el suministro de aguas del Llobregat que ha garantizado su abastecimiento hasta el presente. A finales de 1938 se incorporó a la antigua Columna Durruti.

Antoni Marín, su hijo, sigue aún empeñado en recuperar los archivos de la Comisión de Relaciones que permitirían conocer detalladamente muchos aspectos de la lucha de los libertarios egarenses durante el franquismo. El paradero actual de esos archivos (una veintena de carpetas, la mayoría de las cuales estaban repletas de documentos manuscritos) es un misterio: se remitieron desde Francia para ser guardados en Terrassa, pero parece ser que alguien que durante determinado periodo perteneció a la CNT decidió caprichosamente apropiarse de ellos. Como si no tuviéramos bastantes dificultades, hemos sufrido el expolio de quien se vanagloriaba de “tener la sangre rojinegra”.

Por cierto, este Antoni Marín no tiene ningún parentesco con aquel otro que, en la inmediata postguerra, cayó en las garras de Matalonga, un destacado falangista local.

A ese otro Antonio Marín, Matalonga y sus secuaces le presentaron, atiborrado de laxantes, a los empresarios de Terrassa en la sede de la patronal, el Instituto Industrial, y ante ellos le propinaron una descomunal paliza que terminó como es de imaginar. Ese fue un espectáculo que, pese al rechazo de una minoría, se repitió impunemente hasta el fusilamiento del desdichado para el regocijo de la mayoría de esos “ciudadanos respetables” que colaboraban en la vejación con sus mofas y chirigotas.

Ese mismo grupo de falangistas es el que, en cierta ocasión, intentó prender fuego a la prisión de Terrassa, ya que el funcionario responsable no les entregaba toda la “chusma roja” encerrada —integrada especialmente por numerosas mujeres entre las que destacaba La Abuelita Cazorla— para proceder a darles un trato semejante al mencionado. Los guardianes tuvieran que patrullar toda la noche por los tejados, pistola en mano, para evitar ese crimen genocida.

* * *

Borrosos reflejos del pasado, recuerdos de recuerdos ajenos, esto es lo que os he expuesto hasta ahora. Ahora me arrepiento de no haber mostrado en su momento, distraído por los avatares de la vida cotidiana, más empeño en recopilar de manera sistemática todos los testimonios orales y documentales posibles para tenerlos a la disposición de quienes pudieran utilizarlos con mayor propiedad en el futuro.

¿Qué han aportado los historiadores “profesionales” y los vocacionales de Terrassa a la historia del movimiento obrero local? Escasas páginas. ¿Se han preocupado alguna vez de recopilar sistemáticamente documentos y testimonios de la historia local? En absoluto, véanse sino sus raquíticas y tendenciosas bibliografías. ¿Han procurado analizar los datos disponibles y ofrecer conclusiones rigurosas? Sus conclusiones han partido de la tradición oral de representantes de las organizaciones burguesas de centro izquierda y derecha moderada. Hemos sufrido, pues, una mala memoria selectiva que, salvo escasas excepciones, ha dado como frutos biografías anodinas, evocaciones romanticoides, enumeraciones de efemérides, erudiciones estériles o historias generales faltas de “la patita izquierdista” o, más concretamente “de la patita cenetista”.

Las personas a las que me he referido y muchas otras absolutamente anónimas, la organización que representaban y la clase social a la que pertenecían forman parte de la historia de la ciudad de Terrassa, pero como la historia la ha escrito casi siempre la clase dominante y, en ella, a los oprimidos solo se les reserva el menosprecio o el olvido (menosprecio y olvido en los que no han estado exentos de culpa muchos representantes de las opciones “oficiales” de izquierda), de momento es muy poco lo que podemos saber sobre este tema.

Dadas tanto la lógica reserva de los integrantes del movimiento libertario como la lejanía en el tiempo de muchas de las luchas sociales y laborales que protagonizaron, en estos momentos parece una tarea casi imposible la de reconstruir la formación y la evolución de sus idearios; conocer sus razonamientos, sus polémicas, sus estrategias; dilucidar el grado de consecución de sus objetivos o la incidencia concreta de su actividad en la estructura social de Terrassa; establecer su ubicación en el contexto general de las luchas de clase de la España del siglo XX...

Aunque sea casi imposible elaborar de manera amplia y profunda una historia social contemporánea constreñida a nuestro ámbito municipal, ¿se estará aún a tiempo de recuperar algo del testimonio de esa memoria perdida? Afortunadamente un grupo de historiadores locales (José Luis Lacueva, Manolo Márquez, Josep Palau y Lourdes Plans) se dispone a intentarlo por lo que respecta al periodo comprendido entre 1940 y 1979, y lo hacen con la firme voluntad de no excluir a ninguna de las fuerzas que contribuyeron a la resistencia contra el franquismo.

Primavera de 2005
(Publicado en Rojo y Negro, n. 178, mayo de 2005)