dilluns, 12 de març del 2007

Los shuaras...

Enviat per Iván Carrasco Montesinos
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LOS SHUARAS, LA VIOLENCIA Y EL DESARROLLO SOSTENIDO

Los conocimientos de un hombre culto pueden no ser muy numerosos,
pero son armónicos, coherentes y, sobre todo, están relacionados entre sí. En el erudito, los conocimientos parecen almacenarse en tabiques separados.

Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas

Los shuaras, más conocidos por el apodo de jíbaros, habitan desde épocas inmemoriales, y sin haber sido jamás conquistados, los flancos del sur de los Andes ecuatorianos, allí donde se yergue imponente el volcán Sangay, en actividad, allí donde nace la Amazonia y los ríos empiezan a ser navegables por frágiles canoas. Se les conoce, y teme sobre todo, porque aún practican su ancestral costumbre de reducir cabezas humanas al tamaño de un puño, las famosas tsantsas, para luego llevarlas en su bolso como trofeo mágico y heroico. Actualmente también se les conoce por sus renombrados chamanes, cada vez más buscados por exhaustos enfermos que no encuentran ni remedio ni consuelo en la medicina oficial; no en vano son el pueblo que más psicotrópicos consume en el planeta.

Se puede decir que toda su cultura bascula sobre esas dos costumbres. Los psicotrópicos, la ayahuasca y la datura, que ingieren después de haber aspirado por la nariz tabaco machacado en agua, han convertido su existencia en una estadía en un mundo fantástico en el que todo se interrelaciona. Un mundo en el que tienen su lugar los encantamientos y los embrujos, y en el que los hombres, al mismo tiempo que son carne son también fuerza, y esta fuerza se puede aumentar matando a otros hombres.


Matar a otros hombres, eso que nos parece tan feroz, pero que los “civilizados” practicamos a diario y con banalidad, cinismo y recochineo. Matar a otros hombres, sí, basta repasar los sucesos en la prensa para comprobar lo cotidiano de esa actividad; a veces, incluso leyendo las crónicas deportivas podemos ver ese objetivo en la consabida violencia gratuita en los estadios. Y, ya puestos a buscar a fondo, echemos un vistazo a nuestra historia actual y pretérita en la que se manifiesta el absurdo de que los humanos tengamos tantos ideales que aspiran a convivencias civilizadas y que, sin embargo, hayamos matado a tantos congéneres en guerras ininterrumpidas, cruentas y sin sentido.

Pero volvamos a los shuaras y a esa costumbre que les ha valido el calificativo de feroces y salvajes, y que, tal vez, sea una eficaz manera de regular la innata violencia humana, evitar la superpoblación y sobrevivir en la selva en una ejemplar convivencia con el medio, pues si analizamos con detenimiento su manera de ser comprenderemos que, reconociendo lo inherente de esa violencia a la condición humana, han actuado en consecuencia mediante una rigurosa canalización de la misma.

Ellos se han dicho: somos violentos, necesitamos matar, necesitamos derramar sangre para calmar la bestia interior; y entonces han circunscrito el homicidio a un orden, a un ritual brutal, que les permite vivir en paz durante largas temporadas en las que conviven en armonía con sus semejantes y el entorno; su forma de vida consiste en ocupar unas hectáreas, agotar los recursos que contienen y marcharse luego a otro sitio para que ese se recupere; entre tanto, cazan, pescan, aman y buscan la esencia de seres y plantas (sus grandes conocimientos botánicos son un objetivo para los espías del Gran Farma) o la esquiva alma en los sueños que constantemente interpretan y reinterpretan tras sus ingestas de ayahuasca, datura y tabaco.

El rito de la tsantsa es una cacería de poder que se ejecuta periódicamente entre diversas familias enfrentadas por los siglos de los siglos. El objetivo es matar un enemigo, y cuanto más valiente sea, mejor, pues estas victimas tendrán en cierta manera, una vida futura en el cuerpo de su asesino, ya que toda la fuerza será absorbida por el matador después de largas ceremonias en las que se apacigua a la rencorosa alma del difunto, aparte de ejercer una exhaustiva y misteriosa manipulación sobre su cráneo para reducirlo y conservarlo sin destruirlo. Así, el muerto entrará con todo su vigor en el hombre que en lucha noble ha sabido arrebatarle su poder. La familia que ha perdido su hombre, al cabo de muchas lunas necesitará recuperar el poder perdido y, a su vez, intentará devolver el golpe.

Les hemos tachado de salvajes, pero, sin embargo, su cultura es coherente y les ha permitido sobrevivir como pueblo, en perfecta armonía con la selva, hasta hoy en día; en cambio, nosotros, con toda nuestra tecnología y sapiencia, estamos poniendo nuestra propia supervivencia en el borde del abismo.

Son extremadamente diferentes a nosotros, sí, pero no por eso son menos respetables. ¿Acaso nosotros somos mejores? ¿Podemos, con nuestra habitual prepotencia occidental, calificarlos de bestiales después de observar el mundo que nos rodea? Ya quisiéramos tener su ejemplar desarrollo sostenido, ahora tan de moda por ser de necesidad evidente, basado en una cultura psiconáutica, una cultura en la que la vida y la muerte no son opuestas, sino, más bien, las dos caras de la misma moneda.

Y, por favor, no juzguen que intento justificar la violencia, al contrario, soy utopista, lo que hago es limitarme reconocerla palpitante en la condición humana.

Fotografías realizadas por Chivita: "Un shuara en su canoa", "Un chamán shuara engalanado" y "Dos niñas shuaras con aretes de plumas".



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Iván Carrasco es ecuatoriano, nacido en Cuenca en el año 1951. Reside en Terrassa desde finales de los setenta, cuando los ecuatorianos eran tan exóticos en nuestra ciudad que con frecuencia le preguntaban cómo era tan blanco siendo africano. Ha publicado cuatro libros de narrativa: Relatos de atrás (1992), Las muertes inevitables (1996), Un canto en los dientes (2001) y Nudos de letras (2005). [JFFF]

3 comentaris:

Anònim ha dit...

Excel·lent article

Anònim ha dit...

personalmente opino que tanto la violencia, como el deseo, afectivamente son parte de la esencia humana.

quiero compartir la idea de la trascendencia, según el principio budhista de realización, posiblemente sin el latir de la memoria antigua ancestral, constantemente hablariamos sin conocimiento, o mejor dicho, con un conocimiento parcial y a causa de esto, repetiriamos una y otra vez las mismas acciones.

Después de recorrer los aspectos inconclusos de mi peregrinar por el akashico, gracias a un sabio chamán sudamericano también instruido en la india y nombrado Swami... pude entenderme y entender, no hay ninguna verdad, nadie se encuentra por encima o por debajo de nadie y la felicidad se encuentra en compartir lo que la sostiene, esto en todos sus colores es el amor incondicional hacia la vida.

Vine a verme a través de ti, ese encuentro es lo que llamamos, experiencias del SER, o vida. Nada existe, sólo lo que eliges en un intento de verte a ti mismo. ¿Cuanto de lejos iremos hasta necesitar rommper de nuevo el espejo?

vinimos a vernos, a realizarnos, a trascender a conocer de nuevo el vacío y la unidad, de nuevo para observarlo todo de todas las maneras.

A todos los que guardaron silencio... gracias!

Anònim ha dit...

Que posibilidades hay de visitar la tribu????